La obra de Luis Fernando Peláez ha dejado una impronta clara en la historia del arte nacional y local por la combinación de estrategias arquitectónicas y estructurales limpias, el ensamblaje y el montaje como activadores de su gramática del ensueño y el uso de objetos que devienen artefactos de memoria. La poesía funciona como el elemento que engrana todos estos elementos que hacen parte de un vocabulario y una sintaxis clara con los que ha construido enunciados memorables. Con ellos ha logrado actualizar de una manera inédita la tradición paisajística de la región. Lo mismo que abrirle un espacio contemporáneo a unos objetos escultóricos expandidos e instalacionales, cuyas estrategias rompen con la escultura modernista y muda, a la que no le interesa establecer diálogos con su entorno.

Su fuerte vocación poética nos habla de territorios donde el sueño y el recuerdo se entrelazan en una evocación que lleva a momentos perdidos de sus primeros años de vida, los cuales, a pesar de aludir a sus propias vivencias, sin duda tienen resonancias universales en capas inconscientes de los espectadores. Esta temática ocupa sus primeras series a la acuarela, a finales de los años 70. Atmósferas fuertemente oníricas donde se apartaba de la tradición costumbrista de esta técnica, tan característica de la escena local pero la cual, sin embargo, había quedado encerrada en unas formas agotadas que precisamente Peláez logra aquí sacudir y potenciar.

Otro elemento expresivo que atraviesa su obra es la fotografía, contemplada a través de la distorsión translucida de la resina o el vidrio (Sur 2002 – 2006). Sobreimpresa en objetos como la maleta (agosto 2008) o deliberadamente oscurecida (Vidrio y niebla 2010). Adicionalmente, otros materiales han  hecho aparición como el alambre (Bajo la luna, 2010) o incluso embarcaciones (Canoas, 2010), siempre en un diálogo ininterrumpido con aguas reales o imaginadas.

La obra Sin título (2015), que forma parte de esta colección, es depositaria de todos sus rasgos estilísticos característicos. En ella encontramos su habitual léxico matérico, la sobria y geométrica construcción chocando con la suciedad de los objetos cargados de memoria, las cualidades oníricas de un montaje surrealista, la marca del agua, la atmósfera desolada.