Carlos Salas desde los inicios de su carrera supo que sus mayores intereses estaban en la zona de la abstracción. Más que destruir la pintura, lo que buscaba era preservarla y actualizarla. Quiso problematizar el cuadro propiamente dicho, dinamitando los límites físicos del rectángulo tradicional, recortando los bastidores y modificando sus contornos como en su momento lo hicieran Omar Rayo o Luis Caballero en su políptico de la década del 60. En Este camino, no solo acudió a las superficies circulares, sino que ha llegado a desbordar el rectángulo, desplegando la pintura hacia el muro, incluso intentando deformarlo al incursionar en perímetros poligonales.
Una aproximación un tanto arquitectónica a la obra pictórica lo llevó a considerarla parte de un espacio que percibía maleable en cuanto que podía ser modificado por el recorrido del espectador. En su búsqueda por dotar al plano de dinámica, intentó expandir los parámetros perceptivos del cuadro tradicional, apartándolo del muro, hasta el punto en que su obra empezó a derivar hacia las estrategias de la instalación. Así, sus obras empezaron a retar la tradicional bidimensionalidad pictórica y la contención de la pared, para empezar a indagar el espacio, a dialogar con él y a explorar las múltiples posibilidades del emplazamiento.
Quizás este tratamiento iconoclasta de la superficie pictórica fue una de las virtudes de su quehacer artístico que llevó al crítico José Hernán Aguilar a considerar su obra La anfibia ambigüedad del sentimiento como una de las diez obras maestras del arte colombiano de los años ochenta.
Salas continuó haciéndole preguntas al soporte, incomodándolo, haciéndolo visible, retándolo. Una libertad que le abre el arte de su tiempo. Porque, las búsquedas que emprende pueden enmarcarse en los intereses de la pintura modernista que quiso hurgar en sus propias posibilidades y enfatizar su radical y orgullosa autonomía. Más que hablar sobre el mundo exterior, esta perspectiva se decide por interrogar los propios fundamentos pictóricos más que los de la realidad, enfocándose exclusivamente en las posibilidades y límites del propio lenguaje del arte. Y por lo tanto, asuntos como el color, las texturas, las composiciones y, por supuesto, el formato y los soportes, se convierten en su verdadero objeto de reflexión.
En estas exploraciones formales, llegó a alterar sus propias pinturas, recortándolas y volviéndolas a montar en versiones sucesivas. Lo cual no significa que estuviera interesado en el reciclaje, lectura que a veces ha recibido y que el artista ha rechazado radicalmente. Para algunos críticos como Álvaro Medina, lo que Salas más bien estaría haciendo sería explorando el concepto de la transmutación. En este sentido, pinta, interviene lo pintado, y lo convierte en la materia prima de la obra definitiva. Desde este punto de vista la obra, en cada ocasión que se exhiba, será una distinta. Esto porque ha incorporado a su pintura las estrategias de armar, desarmar parcialmente y rearmar las superficies de los lienzos, precisamente para reflexionar sobre las posibilidades últimas de una pintura.
En 1999 renunció a la abstracción y trató de abordar la figuración. “Quiero morir como pintor figurativo” declaró entonces. Ya en 2001 el proceso llegó a un punto en el que podía afirmar que había dado su última pincelada abstracta, en tanto que paralelamente, fusionaba su taller con la Galería Mundo en Bogotá. Sin embargo las cosas no resultaron como pensaba. «Duré tres años transformé el taller, tomé fotos… pero no salió nada. ¡Ni un cuadro! «. Posteriormente a esta búsqueda, Salas regresa renovado a la abstracción y realiza en 2010 una exposición titulada, acaso alusivamente a los últimos años de su producción, Cartografía de la nada, después de cuatro años de silencio creativo.
Estos sucesos señalan como Salas es ante todo un pintor abstracto, en un camino donde ha alcanzado desarrollos definitivos. Su obra ofrece muchas posibilidades de lectura porque, como él mismo afirma «mis trabajos comienzan a actuar cuando existe un espectador atento. Sin él, sin un ojo atento, esto se pierde, se oculta». Por eso sus cuadros invitan a ser recorridos, tanto por su complejidad, como por sus dimensiones y originales emplazamientos. Con estas herramientas, el artista le exige al observador participar en una obra que solo tendrá la complejidad que permita una actitud atenta y curiosa y que decida aceptar las múltiples incitaciones de un artista igualmente atento y curioso. Alguien que no se conforma con el adormilamiento de los sentidos de una época saturada de imágenes instantáneas para consumir y desechar. Sus obras, en cambio son lentas y piden ser paladeadas y catadas. Una provocación a contrapelo, pues mientras lo visual y objetual ha ido dejándose de lado en las últimas décadas de prácticas artísticas conceptuales y desmaterializadas, su obra decide conscientemente reafirmarse en el oficio, la obra y esa denostada visualidad como uno de sus valores más altos.
En 2012 realiza la exposición En el abismo con obras inspiradas en una experiencia mística en el desierto de La Tatacoa. “Vi las estrellas con profundidad de campo, en tres dimensiones: en lugar de un cielo plano con estrellas más grandes y más pequeñas, sentí unas estrellas cerca y otras muy lejos… Vivimos en un inmenso abismo, pero lo olvidamos todo el tiempo. El arte nos lo recuerda evocándolo». Una serie que, sin duda, es la confirmación del esfuerzo monumental de Salas por capturar lo indecible: “Yo trabajo arqueología del sentimiento». Con ella demuestra que ha encontrado en la abstracción la posibilidad de comunicarse con el observador, no representando un mundo, sino creándolo.
Información técnica
Medio: Pintura
Técnica: Mixta sobre lienzo
Medida: 5160 x 160 cm
Año: 2012.
Ubicación: Medellín
Estado: Propia