La obra de Mario Vélez se sitúa en un punto de tensión entre el lenguaje abstracto y figurativo, donde la forma ha sido llevada a su esencia más primordial. Así, se convierte tanto en fuerza plástica generadora como en huella de un proceso de constante evanescencia. Observando su serie Migraciones interiores, realizada en 2010 y de la cual forma parte esta pieza, se pueden reconocer algunos elementos fundacionales del abstraccionismo como la disolución de la figura en planos de color y la omisión de los relatos.
En esta perspectiva es posible valorar la obra (y la serie de la que forma parte) en su dimensión más formalista, la cual encuentra en la economía de elementos, en la renuncia al volumen, la perspectiva y otras tantas herramientas del lenguaje figurativo, una declaración de principios y una toma de posición. Parecería haber una determinación de abandonar los sentidos literales y de realizar enunciados que solo hacen referencia a sí mismos, sin establecer relaciones evidentes con la realidad externa o el contexto. Pinturas carentes de historias que parecen flotar en sus propias leyes, con la serenidad que proviene de la ausencia del movimiento. Un “cuerpo sin órganos”, como diría Deleuze, sin categorías, determinaciones ni discursos.
Sin embargo, aún a sabiendas de que la obra no nos cuenta ninguna historia, cabe preguntarse si no forma parte de una. Una afirmación de Vélez es reveladora: «mis trabajos –ha dicho- son como un palimpsesto. A partir de allí construyo la pintura». Pintar sobre lo pintado puede hacer alusión tanto a la técnica misma del artista, quien practica decididamente la aplicación de capas o veladuras sobre la superficie de sus lienzos. Pero también podría referirse a que pinta una y otra vez sobre lo que él mismo ya ha pintado. Esto puede descubrirse al observar no solo cada pieza individual, sino su obra en conjunto. Entonces podemos apreciar a través del tiempo un único enunciado hecho de texturas, sonidos, palabras, frases.
Si recurriéramos a una metáfora proveniente de la arquitectura, podríamos afirmar que la obra de Vélez se erige sobre los cimientos de lo figurativo. En su serie inaugural Pinturas el tema recurrente es la figura humana, de perfil, delimitada con el trazo esquemático de un escolar. El cuerpo habita el plano. «Supe que la pintura era un proceso de vida» declara el pintor. En un país como Colombia, atravesado de pulsiones tanáticas, estas osamentas yacentes hacen resonar timbres lejanos.
El transcurso de su obra parece abandonar el cuerpo como se abandona en la muerte, para alcanzar la serenidad de lo trascendente y el artista empieza a internarse en él. Ha dejado aquí y allá alusiones óseas que, si bien no son abundantes, resultan claras y a ellas habrá de volver una y otra vez, de una manera cada vez más ambigua, más abstracta. En la medida en que se adentra en los cuerpos, la forma (y por lo tanto el yo, la identidad) se pierde, se desvanece. Lo orgánico se diluye hasta hacerse irreconocible.
A lo largo de la obra de Vélez lo óseo empieza a dar paso a lo globular. Lo racional, encarnado en la cuadrícula, cede ante lo estrictamente sensitivo del trazo. Es casi al final de este proceso donde encontramos la serie Migraciones Interiores. El ciclo narrativo que habrá de concluir con la serie Restituciones está casi cerrado. Solo resta la transición del negro luctuoso al blanco de la paz definitiva. Su obra ha alcanzado la calma de la contemplación, según el crítico Luis Fernando Valencia “…pues el alma serena siempre encuentra la vía para la intemporalidad”.
Información técnica
Medio: Pintura
Técnica: Óleo sobre lienzo
Medida: 150 x 290 cm
Año: 2010.
Ubicación: Medellín
Estado: Propia